Aprendizajes en la sociedad del conocimiento
La educación tiene planteadas exigencias múltiples, crecientes, complejas y hasta
contradictorias. Se requiere transmitir, masiva y eficazmente, un volumen cada vez mayor de
conocimientos, que genera y requiere la sociedad cognitiva. Se exige ofrecer criterios y
orientaciones para no perderse entre cantidades ingentes de informaciones, más o menos
superficiales y efímeras, que invaden los espacios públicos y privados. Se necesitan valores,
objetivos y metas que guíen y mantengan el rumbo en proyectos de desarrollo personal e
inclusión social. La educación debe proporcionar las cartas náuticas en un mundo complejo y
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en permanente agitación, pero también la brújula para poder navegar por él y el ancla para
detenerse, cobrar fuerzas, anticipar y valorar rutas a seguir.
En la sociedad del conocimiento el aprendizaje no se circunscribe a un determinado
espacio como las instituciones educativas; se exige aprender en todos los contextos. Por otra
parte, el aprendizaje no puede quedar limitado a un determinado periodo temporal en el ciclo
vital de la persona. No se puede ya vivir de las rentas de conocimientos adquiridos en los
años de formación. Los continuos cambios en todos los niveles conllevan nuevas demandas
profesionales y nuevas exigencias personales. Es obligado aprender a lo largo de toda la vida
de la persona. La enseñanza-aprendizaje en la universidad debe capacitar a las personas para
ese aprendizaje permanente. En la sociedad del conocimiento, cada persona ha de asimilar
una base de conocimientos rigurosos y estrategias eficaces; tiene que saber qué pensar y
cómo actuar ante las situaciones relevantes a lo largo de la vida; hacerlo desde criterios
razonables y susceptibles de crítica; ser sensible a las exigencias cambiantes de los contextos;
desarrollar el pensamiento reflexivo, crítico y creativo. Los aprendizajes necesarios en la
sociedad del conocimiento, como gran reto para nuestro tiempo, se han de construir sobre los
siguientes pilares: A) Aprender a conocer, B) Aprender a querer y sentir, C) Aprender a
hacer, D) Aprender a convivir, E) Aprender a ser, F) Aprender sobre el conocer, el querer, el
sentir.
A) Aprender a conocer
Conocimiento es un término con un contenido semántico muy amplio. Hace referencia
a: los conocimientos comunes que las personas tenemos sobre el mundo y que utilizamos en
nuestra vida cotidiana; los conocimientos disciplinares sobre distintos ámbitos de la realidad
natural y sociocultural, que conforman las distintas ciencias y saberes; los conocimientos
sobre la propia identidad personal; los conocimientos sobre el conocimiento mismo o
metacognición. Conocer requiere asimilar información, tener memorias y operar con ellas,
realizar procesos, ejercitar procedimientos o estrategias para sacar el mejor partido a lo que
se conoce, conocer continuamente más, resolver problemas, tomar decisiones. Pero conocer
también requiere motivación, esfuerzo, compromiso, constancia en un proyecto formativo de
desarrollo personal y social. Aprender a conocer es una exigencia para responder a las
demandas prácticas y profesionales de la sociedad cognitiva; pero también es condición
imprescindible para desarrollarse con más plenitud como persona, ejercitar las capacidades
humanas, disfrutar del saber, dar sentido a la vida.
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La sociedad del conocimiento actual (sociedad de la imagen, es caracterización más
propia) está sesgada hacia un tipo de información, la icónica, las imágenes, que si bien
conlleva oportunidades, también entraña serios riesgos. Las informaciones en imágenes, con
su rapidez, inmediatez, variedad, novedad, atractivo, plantean unas exigencias de
procesamiento de información mental diferentes de la información lingüística, propias del
texto y discurso. Los formatos multimedia requieren un tipo de atención, concentración,
planificación, esfuerzo, distinto del procesamiento de textos, más significativo y profundo.
Manejar el mando a distancia de la TV, o el buscador de páginas WEB en el ordenador, es
tarea muy distinta a enfrentarse y enfrascarse con la lectura de un libro. La hegemonía de
mensajes icónicos en la sociedad de la información puede obstaculizar, paradójicamente, el
desarrollo mental de las personas, el pensamiento elaborado, significativo, crítico, creativo,
que requiere precisamente la sociedad del conocimiento (Gardner, 1998; Hardgreaves, 2003)
B) Aprender a querer y sentir.
El aprendizaje continuo que conlleva la sociedad cognitiva exige comprometerse
activamente con proyectos formativos personales que requieren constancia, esfuerzo,
renuncias. Más de un 80% de la población adulta considera clave la formación, pero
solamente menos de un 25% elabora planes de formación personal y se implican en ellos. La
voluntad, el esfuerzo, el compromiso son imprescindibles para alcanzar los proyectos de
desarrollo personal y comunitario. Desear, querer, amar lo que se hace, es condición
obligada para alcanzar buenos resultados. Las motivaciones pueden ser más externas, como
el deseo de reconocimiento, prestigio social, recompensas monetarias, etc.; o más internas
como el deseo de saber, de realizar bien el trabajo, de superarse. Los seres humanos estamos
motivados, interna y externamente, en distintas proporciones según circunstancias. Es
preferible que la motivación tenga origen más interno, puesto que las fuentes externas
tienden a ser más pasajeras. Las personas automotivadas internamente mantienen los niveles
altos, aún cuando las recompensas externas disminuyan o desaparezcan. Una proporcionada
combinación de motivación externa e interna es deseable.
Cada persona ha de comprometerse con su propia formación. Ha de querer aprender de
forma independiente y autónoma en contextos cambiantes. Ha de querer ser competente para
evaluar y tomar decisiones sobre qué, cuándo, cómo necesita aprender. El interés y
motivación resultan claves para un aprendizaje eficaz. Cuando el conocimiento resulta
relevante y significativo para la persona, tanto intelectual como afectivamente, es asimilado
de forma más fácil, duradera y eficaz (Csikszentmihalyi, 1993; Seligman, 1991)
C) Aprender a hacer
El curriculum escolar ha puesto tradicionalmente énfasis, cuando no exclusividad, en
transmitir conocimientos, prestando menos atención a los procedimientos, las prácticas, los
modos de hacer. Pero el saber hacer presenta unas demandas especiales en la sociedad actual.
Ya no se trata de especialización profesional, de preparar para una tarea definida y un trabajo
profesional estable en el tiempo. Hoy se requiere un continuo aprender a hacer, una
adaptabilidad a los contextos tan cambiantes. En la nueva economía, el trabajo está en un
proceso que podemos calificar de “desmaterialización”. Cada vez tiene menos que ver con la
“materia” como ocurría en sociedades agrarias (cultivar la tierra) o industriales (fabricar
objetos), y más con el conocimiento, la comunicación, el asesoramiento, planificación,
supervisión, relaciones interpersonales.
Aprender a hacer no es aprender prácticas rutinarias, más propias de la formación
profesional del pasado. La nueva economía exige nuevas competencias. Las tareas
industriales en cadena, fragmentadas y repetitivas están dando paso a colectivos de trabajo,
grupos de proyecto, satisfacción del cliente, calidad total. Los empleados ya no son anónimos
e intercambiables y las tareas se personalizan. Junto a la formación profesional y calificación
técnica, se requieren otras competencias como la capacidad de iniciativa, proyecto personal y
compromiso, aptitud para trabajar en grupo, disposición a asumir riesgos, afrontar y resolver
conflictos, planificar, tomar decisiones y evaluar procesos y resultados, introducir
innovaciones y mejoras (Beck, 1998, 1999; Castells, 2000).
D) Aprender a convivir
Aprender a convivir en los diferentes y simultáneos espacios en los que transcurre
nuestra vida: nivel familiar, escolar, laboral, sociocultural, es quizá lo más urgente e
importante. En la sociedad globalizada y de la información, nos convertimos en observadores
impotentes de quienes generan y mantienen los conflictos y la violencia. Los modelos
violentos en la familia, escuela, empresa, medios de comunicación de masas, están
alcanzando cotas alarmantes. El derecho a la paz se declara prioritario en los comienzos del
siglo XXI, como condición básica para el desarrollo y bienestar personal y social. El
descubrimiento, reconocimiento y respeto del otro se logra en paralelo a la conformación de
la propia identidad personal. Es objetivo prioritario de la educación desarrollar la propia
identidad, a la vez que comprender y valorar la personalidad de los demás. Si la familia,
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escuela, trabajo, medios de masas fomentan actitudes de respeto, tolerancia se están
previniendo comportamientos violentos.
Aprender a convivir es objetivo prioritario en nuestra sociedad, cada vez más
multicultural. La inmigración plantea cuestiones de carácter ético y político, de respeto a los
valores y cultura de las minorías, a la vez que exigencias de aceptación e integración en la
cultura mayoritaria. Pero especialmente exige respuestas educativas apropiadas para los hijos
de los inmigrantes y compromete a los profesores, sus valores, actitudes, metodologías y
prácticas. La educación tiene una doble misión: mostrar la complejidad y diversidad de la
especie humana y, la vez, las semejanzas e interdependencia entre todos los seres humanos.
Todas las personas compartimos una estructura mental, unos universales cognitivos,
emocionales, lingüísticos, según las ciencias cognitivas. Aprender a convivir no es un
conocimiento meramente declarativo, sino también y sobre todo procedimental. Es decir, se
adquiere practicándolo y exige tiempo y condiciones adecuadas. El pensamiento crítico, el
comportamiento responsable y solidario, la convivencia sólo se alcanza con una metodología
de enseñanza-aprendizaje consonante (Morin, 2000; Pinker, 2000; Marina, 2004)
E) Aprender a ser
Ante el siglo XXI, el desafío de la educación no es tanto preparar a las nuevas
generaciones para vivir en una sociedad determinada; sino dotar a cada persona de
competencias y criterios, que le permitan comprender el mundo cambiante que le rodea y
comportarse solidaria y responsablemente. Más que nunca, la función esencial de la
educación es proporcionar a todos los seres humanos la libertad de pensamiento, sentimiento,
imaginación y creatividad, que necesitan para dar sentido a su vida y alcanzar las cotas más
altas posibles de bienestar y felicidad.
La educación es un viaje interior desde el nacer hasta el morir. El desarrollo del ser
humano se ha de dar en todas las potencialidades personales: intelectuales, afectivas,
morales, estéticas, sociales; en todos los contextos, de familia, trabajo, ocio; y a lo largo de
todas las etapas del ciclo vital. Tal concepto de educación cuestiona la distinción tradicional
entre educación básica y educación permanente, entendida ésta como perfeccionamiento,
promoción o reconversión profesional. La meta deseable de dar más años a la vida y más
vida a los años, conlleva una disponibilidad educativa constante, tanto si se trata de brindar
nuevas posibilidades educativas, perfeccionar o ampliar la formación profesional, como de
satisfacer el deseo de saber, de belleza, de superación personal y autorrealización. La
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autoestima, la autoeficacia y experiencias de control sobre el medio, el optimismo, la
solidaridad, conllevan una vida más feliz (Seligman, 2002; Morin, 2000; Bandura, 1997).
F) Aprender sobre el conocer, querer, sentir y ser
Resulta cuando menos extraño que las personas tengan que conocer tantas cosas sobre
el mundo natural y sociocultural (matemáticas, física, química, biología, historia, sociología,
economía, etc.) y apenas reciban conocimientos sobre sí mismos, sus pensamientos y
sentimientos, sus motivaciones y afectos, cuando por otra parte están muy interesados. Los
conocimientos, las teorías que de la mente se tengan no es una cuestión meramente teórica,
sino de extraordinaria relevancia práctica, especialmente en aquellas profesiones (las más en
nuestra sociedad de conocimientos y servicios) que tienen que ver con otras personas y sus
comportamientos, y por tanto sus pensamientos, sentimientos y motivaciones. Profesores,
psicólogos, pedagogos, sociólogos, antropólogos, trabajadores sociales, etc. perciben,
enjuician, valoran y actúan en su práctica profesional desde la teoría de la mente que más o
menos explícitamente sostienen. La Teoría de la Mente constituye en la actualidad un
dominio de investigación en el que confluyen diversas ciencias cognitivas, y que está
proporcionando resultados sorprendentes y de extraordinaria relevancia teórica y aplicada
(Riviere y Núñez, 1996; Baron-Cohen, Tager-Flusberg, y Cohen, 2000; García García, 2001,
2005; Gómez, 2007).
En correspondencia con estas demandas de tipos de aprendizajes, los profesores
debemos desarrollar las competencias correspondientes, que también podemos agrupar en las
siguientes categorías: Conocer: conjunto estructurado de conocimientos sobre el mundo
natural y sociocultural. Las disciplinas del currículo. Competencias cognitivas. Hacer:
conjunto de procedimientos y estrategias. Competencias procedimentales. Querer:
motivación, compromiso, esfuerzo. Competencias afectivas. Convivir: capacidad para
trabajar y relacionarse con compañeros y alumnos. Competencias comunicativas. Ser:
desarrollo del profesor como persona. Responsabilidad ética ante los alumnos, familias y
sociedad. Competencias personales.
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